Comentarios al artículo
“Neoliberalismo y economía social de mercado” de Osvaldo Hurtado.
Seminario Internacional 30
Aniversario del Instituto de Estudios Social Cristianos,
Lima 18 y 19 de Junio de
2004.
En primer lugar quiero agradecer
la gentileza que han tenido los organizadores de este evento al haberme
permitido compartir con todos ustedes este 30 Aniversario del Instituto de
Estudios Social Cristianos. Vayan por lo tanto mis felicitaciones por tan larga
y fecunda trayectoria.
Nos toca comentar un texto
provocador. Seguramente Don Osvaldo Hurtado, como estadista y político de
primera línea que es en este continente, fue consciente al momento de escribir
su ponencia, de que varias de sus afirmaciones no pasarían desapercibidas, y
serían objeto seguramente de interesantes polémicas. Un dato nada llamativo si
tomamos en cuenta que en materia de técnica económica, todo es motivo de
constante discusión. En el ambiente académico solemos decir en forma risueña,
que el de la economía es el único campo en el que dos personas pueden obtener
el Premio Nobel por decir uno exactamente lo contrario del otro. Cuanto más, se
comprenderá, si incursionamos en el plano de las doctrinas socioeconómicas.
Vayamos al grano. Tengo
coincidencias, discrepancias, y porqué no, también dudas con respecto a la
muy interesante ponencia recientemente
expuesta.
Coincido, por ejemplo, en la
necesidad de ser rigurosos a la hora de clasificar doctrinas y conceptualizar
determinados fenómenos socioeconómicos. Viniendo yo de posiciones progresistas
críticas al statu quo vigente, ese
verdadero “desorden establecido” al que hacía referencia Mounier; e inscripto
desde posiciones no solo académicas y políticas, sino además eclesiales y
populares, entre quienes soñamos con un mundo más justo y humano, debo confesar
que vivo rodeado de amigos y colegas que suelen calificar de neoliberales a
proyectos gubernamentales concretos, por el solo hecho de intentar crear –como
bien dice don Osvaldo Hurtado-, mínimas condiciones de orden y equilibrio
fiscal en sus cuentas. Desde estas posiciones, casi todos los gobiernos
actuales del continente son tildados de neoliberales en un afán generalizador
que no es ni académicamente ni políticamente correcto.
Mis discrepancias y dudas
comienzan luego, y paso a comentarlas con el único convencimiento de que la
verdad –como decía Von Balthasar- es sinfónica.
Creo, por ejemplo, que el mal
llamado Consenso de Washington (¿consenso de quiénes?), es un producto
concreto del avance del neoliberalismo en la región. El neoliberalismo fue,
y en esto coincidimos con Don Osvaldo Hurtado, antes que nada un movimiento
teórico, apoyado en el siglo XX por dos grandes pilares: la obra de Von Hayek
por un lado, y la obra ya citada, de
Friedman y su esposa por otro. En lo medular, se diferencian del liberalismo
clásico por el acento puesto en la teoría monetaria y financiera. Por lo demás,
filosóficamente, tanto el viejo como el nuevo liberalismo se apoyan en
antivalores como el individualismo extremo, y de esta manera nos pone en las
antípodas desde el punto de vista comunitarista, o desde el punto de vista de
la doctrina social de la Iglesia. Pero el neoliberalismo no es solo un
movimiento de ideas, sino que lo más grave es que se manifiesta en gobiernos
específicos y en recetas económicas concretas, además de culturales, entre las
cuáles las vinculadas a la obra de Willianson entre otras.
El mal llamado Consenso de
Washington, al igual que buena parte de otros varios productos del
neoliberalismo, carecía de ciertas dimensiones fundamentales en materia
propositiva. Por ejemplo, no asume el tema de la inequidad, un verdadero
disparate cuando se trata del continente más inequitativo del mundo. Tampoco
asume el tema del medio ambiente, y de esta manera se convierte en una
plataforma meramente economicista, poniendo, como nos lo recuerda el notable
documento de los Provinciales de la Compañía de Jesús, “el crecimiento
económico –y no la plenitud de todos los hombres y mujeres en armonía con la
creación- como razón de ser de la economía”. Definitivamente brega por el
retiro del Estado y por una mayor desregulación, como recetas para una
Latinoamérica que mira incrédula cómo los países más ricos del mundo lejos de
retirarse, continúan subvencionando
buena parte de su economía real.
Pero los cuestionamientos no son
solo teóricos. Son fruto de la praxis: aunque la mayoría de los países del
continente de una manera u otra avanzaron en cada uno de los puntos del mal
llamado Consenso, el resultado fue
finalmente catastrófico: en 1980 había 120 millones de pobres, y para 1999 eran
220 millones, esto es, el 45% de la población total. El 20% más rico es casi 19
veces más rico que el 20% más pobre, cuando la media mundial es de 7 veces, y
la tendencia fue en crecimiento en la mayoría de los países. Luego de aplicar
los paquetes privatizadores y liberalizadores, la deuda externa pasó de 492.000
millones de dólares en 1991 a 787.000 en 2001. Podríamos seguir citando cifras
de todo tipo, pero creo que no son necesarias en este contexto.
Es tan grande la evidencia
contra las directivas de Washington, que los propios organismos internacionales
han debido reconocer su fracaso. En un reciente documento del BID[1],
se reconoce que “las reformas estructurales no produjeron los cambios previstos
en el mercado laboral”. Y más concretamente, llaman la atención sobre lo
siguiente: “Lamentablemente, a medida que las barreras al comercio se fueron
eliminando, en algunos países -especialmente aquellos con leyes laborales
restrictivas- se observó una merma de los empleos con las prestaciones exigidas
por la ley”. A buen romance, como precisa la OIT, el 84% de los empleos creados
en los años dorados del mal llamado Consenso, fueron empleos precarios y con
bajos salarios.
La Unesco se ha unido a las
críticas. En el marco del Foro Social Mundial, el representante de Brasil
reconoció que “el Consenso ha significado un dramático aumento de las
desigualdades y un increíble agravamiento de la pobreza en el mundo”.
Debemos reconocer que el crítico
con mayores créditos en la materia ha sido sin duda el ex economista jefe del
Banco Mundial. Decía Joseph Stiglitz en ocasión a una reciente visita a Buenos
Aires: “Algunos países han seguido muy de cerca los dictados del modelo, pero
no han experimentado funcionamientos económicos especialmente fuertes. Otros
países han ignorado muchos de los dictados y han experimentado algunas de las
tasas más altas de crecimiento sostenido que el mundo haya visto jamás.
Concentrándose en un grupo excesivamente estrecho de objetivos –incremento de
PIB- otros objetivos como la equidad, pueden haber sido sacrificados /.../
Intentando forzar una transformación rápida a menudo imponiendo una acentuada
condicionalidad al recibir la asistencia vitalmente necesaria, no solo han sido
minados los procesos democráticos, sino que se ha debilitado, a menudo, la
sostenibilidad política”.
Comprenderán por lo tanto, que
no comparto la tesis defendida por Don Osvaldo en su paper, según la cuál,
habrían sido mayores los males si no se hubiesen implementado los mandatos de
Washington. Ese es un argumento de mucho uso entre los liberales. Fukuyama, por
ejemplo, explica que la continuidad de problemas sociales en sociedades
liberales “se deben menos a los principios liberales, que a lo incompleto de su
instrumentación”[2]. Entrar en
este debate, así como en el análisis de cómo construyen los modelos
metodológicos quienes argumentan diferente, nos llevaría demasiado tiempo.
Tengo dudas, además, cuando dice
que la evidencia internacional muestra cómo los países que se abren a la economía han progresado más que
aquellos que no lo hicieron. Esta formulación me parece incorrecta. En términos
estrictos, el éxito o fracaso depende más bien de cómo se realiza la tan
mentada apertura. Y en esto hay diferencias entre diversos gobiernos. Don
Alvaro Hurtado sabe bien que la apertura de Lula, Chávez o Kirchner, no es la
misma que la de Menem o Batlle, por
ejemplo.
En mi opinión, la
irresponsabilidad fiscal y la indisciplina monetaria, además de ciertas
intervenciones estatales, resultan errores propios de experiencias anteriores
al mal llamado Consenso, difíciles de no reconocer. El desafío consiste en
buscar una alternativa que cuidando de no cometer esos errores, no caiga en la
trampa de consumir ideología economicista como las anteriores. Desde este punto
de vista, la economía social de mercado, representa un avance significativo. Y
es más: me atrevo a decir que desde una buena interpretación de esta doctrina,
jamás se hubieran aceptado los dictámenes de Washington.
No debemos caer en falsas
dicotomías. Como bien dice Don Osvaldo Hurtado, debemos evitar el maniqueísmo.
Las alternativas ya no son del tipo más estado o menos estado; o más
liberalización o menos liberalización del comercio. Debemos preguntarnos qué
estado, qué mercado, y qué liberalización, por ejemplo, queremos para nuestros países.
A mi entender, el ex Presidente
de Chile, Don Patricio Aylwin dio en la tecla cuando manifestaba, al finalizar
su extraordinario mandato, las potencialidades y debilidades del mercado. Decía
el ex gobernante: “El mercado puede impulsar el consumismo, la creatividad y la
creación de riqueza, pero no es justo en la distribución de esa riqueza. El
mercado no tiene consideraciones éticas ni sociales. El mercado suele ser
tremendamente cruel y favorecer a los más poderosos, a los que compiten en
mejores condiciones, y agravar la miseria de los más pobres”.
Sí comparto con Don Osvaldo
Hurtado que la política económica no es suficiente, y que debe acompañarse de
políticas sociales específicas. Comparto el hincapié manifestado en la
educación, salud, vivienda, agua, y previsión social entre otros campos.
Comparto que un objetivo de éstas, debe ser la redistribución de las riquezas.
Y comparto que la mejor manera de conseguir que un pobre deje de serlo, es
proporcionarle el derecho a ejercer un trabajo decente.
Lamentablemente todas estas
dimensiones del problema latinoamericano fueron agravadas por el
neoliberalismo, sistema que –nos lo recuerda La Iglesia en América cuando repasa los pecados sociales, “haciendo referencia a una concepción
economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como
parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas
y de los pueblos” (56).
Por eso compartimos junto a Santo
Domingo, la necesidad de impulsar la urgente constitución de “un Nuevo Orden
económico, social y político, conforme a la dignidad de todas y cada una de las
personas, impulsando la justicia y la solidaridad y abriendo para todas ellas
horizontes de eternidad" (no. 296).
Muchas gracias.